5/4/09

¿El fin de la izquierda europea?

Visarión

El diario Público ofrecía hoy dos magníficos artículos en su sección de Opinión que merecen una reflexión. El primero, del siempre interesante profesor Carlos Taibo, se refiere al 60º aniversario de la OTAN que comentaba ayer.

En el segundo artículo Vicenç Navarro reflexiona muy atinadamente sobre el lugar común de la decadencia de los partidos de izquierda en Europa, señalando que los partidos en declive son aquellos que han renunciado a su ideario y asimilado las tesis del neoliberalismo salvaje. Asimismo, el vacío que dejan estos partidos es ocupado por una izquierda renovadora que recupera los postulados de la socialdemocrácia clásica.

En el ámbito español el artículo de Navarro es aplicable en buena medida. El PSOE no ha renunciado a su ideario ni se ha escorado a la derecha; siempre ha sido así, al menos desde la derrota la refundación radical a que lo sometió Felipe González y Alfonso Guerra en los estertores del franquismo, y que lo cambió de tal manera que la única herencia del PSOE histórico eran las siglas.

En cualquier caso, Zapatero ha continuado y agudizado la deriva de González, integrándose plenamente con los partidos más reaccionarios de Europa. El mayor mérito del presidente ha sido su capacidad para vender un supuesto carácter progresista de su gobierno por el mero hecho de ser tal.

La especialidad del PSOE y la función principal para la que fue aupado a la categoría de alternativa en un sistema bipartidista es su capacidad de desactivar por la izquierda los movimientos sociales reivindicativos. Me explico: cuando una determinada reivindicación democrática adquiere suficiente fuerza social, el PSOE se suma a ella, apoyándola con su todopoderoso aparato mediático. De esta manera, logra identificar la causa con su partido y ocupar el liderazgo social. Cuando está en la oposición, lo convierte en el centro de sus ataques al Gobierno, como ocurrió con la Guerra de Irak o con la integración de España en la OTAN. Cuando está (o llega al) Gobierno, establece un programa de mínimos que no modifica nada sustancial pero que sí permite acallar el debate con una falsa impresión de haber resuelto el tema. Es el caso de la Ley de Memoria Histórica o la reforma de la financiación estatal de la Iglesia Católica, y probablemente también lo será con el aborto.

No debemos conducirnos a error. El PP es la misma derechona reaccionaria de siempre, y cada vez se molesta menos en disimularlo. Pero el verdadero peligro para los progresistas viene del PSOE: su capacidad para fagocitar a los movimientos que se avienen a situarse en órbita para aprovecharse de su poder de convocatoria y su verdadera vocación de partido único en el espacio político de la izquierda son una trampa mortal para aquellos que realmente albergan deseos de cambiar la sociedad.

Navarro sostiene que otros partidos de izquierda renovadora ocupan el espacio político dejado por unos partidos de pseudo-izquierda abandonados por un electorado desengañado. Desde luego, no se refiere a España. Izquierda Unida nació como un híbrido bastardo que intentaba recuperar la raigambre social de un Partido Comunista volado desde dentro por Santiago Carrillo. Por desgracia, el camino elegido fue abandonar sus señas de identidad y asimilarse cada vez más a una supuesta ala izquierda del PSOE. El resultado, como no podía ser de otra manera, fueron unos niveles de voto y apoyo popular en caída libre, caída que en la última legislatura se ha convertido en rumbo de colisión con un Gaspar Llamazares totalmente entregado. Con sólo dos diputados y sin grupo propio en el Congreso, no hay que ser un lince para ver que en la próxima votación la izquierda desaparecerá del Parlamento. Los guiños de Cayo Lara sólo le servirán para salvar los muebles, mal que bien, en las votaciones locales, en las que el voto se guía por la política de los líderes locales. Quizá en el resto de Europa el asunto sea diferente, pero confieso que no he visto demasiadas señales para la esperanza.

Es quizá esta segunda afirmación de Navarro la que resulta más cuestionable; lo cierto es que más allá del partido que gobierne, los Estados europeos tienen una serie de compromisos adquiridos con instituciones como la Unión Europea, la OTAN o la OCDE, y son a su vez influidos por grupos de presión nacionales o regionales que consiguen que se privilegien sus intereses por encima de los de la sociedad. Esperar una reforma radical de las políticas europeas es pecar de ingenuidad.

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